El pelo se me queda encrespado desde que tengo uso de razón y, además, tengo un remolino. Es un remolino recalcitrante, insistente, plasta e insolente. Mi pelo me define. Cuando se refieren a mí dicen: “Mira la del pelo tieso”, “Sí, hombre, esa del pelo como una escarola”, “Esa señora que tiene el pelo como un mocho y que está en la sala de espera”, “La que parece que ha metido los dedos en el enchufe” y lindezas de este estilo, manidas por otro lado. Mi pelo me hace inigualable, única, de colección. A nadie le gusta, pero a mí sí. Nadie me ha dicho eso de “qué pelo tan sedoso tienes”, “tu pelo ensortijado”, “tu melena al viento”, “ese pelo azabache que me quita el sentido”… Mi pelo me ha hecho reconocible y me ha permitido pasar por la vida sin ser inadvertida, anodina, inexistente. Soy. Rotundamente, soy. Mi pelo me ayudó a ganar confianza, a hacer oídos sordos, a mirar hacia adelante con entereza y a tener la cabeza, con un pelo insolente, sobre los hombros. En un ...