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A su debido tiempo

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A su debido tiempo Cuando la vida era lenta te gustaba flirtear con las palabras; dedicar el tiempo a mirarte al espejo; andar despacio sin darte cuenta; hacer nada mucho tiempo sin prisa.  Eran lentos los pasos y lentas las miradas.  Y lento era el paso del tiempo... Un día daba de sí y  en una semana cabían mil vidas, mil sentimientos - todos ellos recordados - sin luchar contra la memoria... Los días tenían de verdad 24 horas y cada minuto su 60 segundos, todos ellos íntegros, verdaderos, vividos, inmensos.  Un verano era casi una eternidad: con sus altibajos, sus momentos de euforia, sus reveses. Con rostro quemado y olor a after sun. En un mes un amigo era tu mejor amigo; un profesor, el mejor profesor de la historia; cualquier libro, el mejor libro leído. La canción de tu vida sonaba en la radio una vez y ya lo era.  Cada aprendizaje era un descubrimiento, aunque a veces creías saberlo todo... desconociéndolo todo. En una no...

¿Me cantas?

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¿Me cantas? Duérmete pronto mi bien Violeta nació con los ojos bien abiertos, eso saltaba a la vista. Pero lo que tenía verdaderamente bien abiertas eran las orejas; eso merecía algo más de atención para percatarse. Los primeros días de su vida transcurrieron entre sonidos de hospital, voces de desconocidos que traían flores y bombones, recomendaciones de enfermeras y doctores y, cuando - por fin- a su madre la dejaban sola en la habitación, palabras cariñosas aún sin significado para ella, pero con pinta de salir del corazón… y una dulce nana: -           “Duérmete pronto mi bien”. Había pasado de los sonidos amortiguados que le llegaban a través de la tripita de mamá a otros mucho más puros, más intensos. Esa voz que tantos meses había escuchado apagada, ahora casi retumbaba. Nítida, limpia. Los ojos y las orejas bien abiertos de Violeta se mantuvieron así día tras día. Cada noche después del baño y mientras tomaba...