Capsulitis emocional



El ceño fruncido más a menudo de lo normal. Un par de arruguitas entrando sigilosamente, pero con paso firme.

Los hombros, cual marioneta a la que alguien maneja desde lo alto, subidos en una mezcla de "y yo que sé" y "preparados, listos, ya". 

Esa pronunciada mandíbula, aún más pronunciada y menos bonita. Y dentro, la pequeña dentadura: sufriendo, callada, aguantando el peso...de lo callado, de lo tragado, de lo asumido, de lo dicho... De mucho. 

Y, cada noche, intentando reposar. 

Mientras el cortisol, un nuevo conocido para muchos, va haciendo de las suyas por todo el organismo. Pasando por donde le place, creando sus propios caminitos y parando a su antojo, como si hubiera cogido un mapa y decidiera poner una pica allá donde le apeteciera. Una carrera por etapas con sus metas volantes. Un viaje en el que atentar silenciosamente contra la todopoderosa homeóstasis. 

Mi sistema simpático, el menos amable de los dos, preparado para salir corriendo todo el día. Y el parasimpático buscando (y encontrando) pequeños y grandes motivos para agradecer. 

Capsulitis en el hombro. Y quizás más. 

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