Bochito




El bueno de Juan nos llevaba en su Bochito. Nunca supe por qué le puso ese nombre a su “Dos caballos”. Hasta diez niños nos apelotonábamos en los diferentes recobecos de su habitáculo cantando a coro la canción que le dedicó: “Bochito, bochito… en el pueblo tendrás trabajito”, mientras él, con la mano derecha sujetaba levemente el volante y, con la izquierda, saludaba pronunciando su “¿Qué tal?”. Repetía ese mantra unas cien veces al día, tantas como habitantes tenía el pueblo. La posibilidad de chocar contra cualquier artefacto nunca estuvo en nuestra cabeza, aunque seguro estuvimos cerca.

Su sonrisa era perenne y sirvió de refugio a muchos de los habitantes.

Su figura era alta, encorvada, arqueada como para ofrecer protección a quien con él conversaba.

Era amigo del hombre y compañía sincera, con un diminutivo para cada ser.

Y después fue viajero infatigable para llevar la esperanza a otras tierras.

“Podéis ir en paz”. Y él, Don Juan, así lo hizo.

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