La casa que me habita

 




Ella está en mí.

Podría parecer que yo estoy en ella… pero no, ella está en mí. Creo que yo la habito… pero no, ella es quien me habita.

Fue ella quien me eligió tras decenas de búsquedas en idealista.com. ¡Curioso! Idealista… ¡Como yo!. Era una señal.

Buscaba, como todos, un hogar. No de esos de revista de decoración, no. Tampoco de esos en los que reza un “Home is where the heart is” o “Home, sweet home”. No. Un hogar que no me dejara indiferente. Eso es. Que no me dejara indiferente él a mí. ¿O era yo la que no debía dejarle indiferente? ¿Quién eligió a quién?

Me daba igual que fuera femenino o masculino; femenina o masculina. Me daba igual que fuera casa u hogar, pero no quería una vivienda o un domicilio. No quería una simple vivienda con ladrillos en su ser, ni quería un domicilio en el que recibir la poca correspondencia que me llega. Sabía, como en el amor, lo que no quería.

Descarté muchas propuestas.

Buhardillas serpenteantes a las que acceder por un camino insondable y desde las que sólo ver el cielo estrellado; chalets uniformados y homogéneos sin personalidad ni humanidad; casas antiguas con tanta historia que la mía propia ya no cabía; lofts tan diáfanos que la vida se escapaba en su amplio espacio; dúplex similares a las manualidades que, de niña, hacía con cajas de cerillas… 

Quería sentirlo. Enamorarme. Así que entrar y enamorarse fueron todo uno. Amor a primera vista. Años buscando a mi príncipe azul para, al final, encontrar mi “casa azul”.

Bueno… “mi” casa, decía yo… y no. No lo es. Yo soy suya. Ella me habita.

Ya en los inicios me pidió, tímidamente, que la fuera poniendo coqueta. Y, de forma caprichosa, si mi color preferido es el rosa pastel, sin comerlo ni beberlo el color predominante de mi hogar es… como cabía esperar…¡el azul!.

Porque ella habita en mí. Ella toma decisiones y me hace pensar que las tomo yo.

A veces me encuentro diciendo:

-       El salón pide a gritos una mecedora - Y, claramente, es ella quien lo desea. Mi caprichosa casa.

-       La cocina necesita urgentemente renovar la pintura de la pared - No le gusta el rosa, ya lo he dicho, quiere más azul. Y la cocina se viste de gala color añil.

-       Estas cortinas han encogido al lavar y hay que cambiarlas por unas nuevas - Pues eso, ¡se le han quedado pequeñas!

Cuando llego a “mi” casa tras un día horrible en el trabajo…muy dentro de mi ser está la inequívoca sensación de estar a resguardo.

Cuando salgo de ella con la ilusión de un lejano viaje, me reconforta sentir que volveré. “Irme para poder volver”, dicen las canciones de los idealistas.

La casa azul. La incondicional. La que nunca me falla. Leal y fiel.

Conozco cada uno de sus rincones, como ella conoce todas mis conjeturas, todas mis vueltas, mis gestos previsibles. Adivina mis reacciones como yo sé cuándo empezará a mudar su color la parra virgen de la entrada o el mejor momento para pulir un parquet que, con sus crujidos nocturnos y sus repiqueteos diurnos, ha compuesto la banda sonora de mi vida.

Sé de su olor característico, que todos perciben menos yo misma. Olor a guiso, a edad, a miedo y a bizcochos por docenas. Su olor es mi olor y el mío es suyo. Ella habita en mí y no tengo duda. 

Mi casa me habita, me nutre, me recoge, me tranquiliza, me acurruca…

Me habita y por eso maduramos juntas. Nos llenamos de vivencias, de muebles, de sinsabores, de vajilla, de proyectos, de cubertería, de ilusiones, de accesorios de Ikea.

Por eso mis arrugas van a la par que las grietas de sus paredes. Envejecemos juntas.

Se ensucia y se limpia y yo me ducho con ella y en ella.

Se enfría en invierno y su calefacción me envuelve al abrigo de la manta. Ella se enfría… yo me tapo.

Me pongo mona, la pongo mona… me cuido, la cuido, me cuida.

Habitan en mí sus y mis recuerdos.

Las visitas a las que hemos dado la bienvenida, las dos, desde ese espacioso recibidor.

Las noches en las que, silenciosa, ha invitado a confidencias en el sofá, a palabras más altas que otras, a lágrimas en la almohada.

Los sueños cumplidos y los por cumplir.

Los inicios de etapas y los finales de ciclos.

El tiempo que ha pasado y el que llevamos juntas.

Yo soy ella y ella es yo.

Me cubre con su tejado y me pone los pies en terreno firme para protegerme de los males de afuera. Aquí nada malo va a pasar.

Te invito a mi casa. Te invito a mí misma.

Y esta mujer, habitada e idealista, pone punto final a esta historia creyendo haberla escrito… cuando la autora de estas líneas… quizás sea ella.

 


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