Los dueños de las palabras
Las palabras tienen dueño. Parecen estar ahí, a disposición de todos, pero no es cierto. Tienen dueño las palabras, las expresiones, las frases hechas, las muletillas, las citas y los refranes. Míralo. Obsérvalo. (No sé… yo diría que parecen de todos, para uso y disfrute, pero ¡ojo!, que son propiedad privada. Atento que tan pronto te las dan como te las quitan…)
Son de nadie un día, pero hay quienes se apoderan
de ellas. Y ya no hay vuelta atrás.
“Amuélale”,
es suyo.
“No
veo gota” es de ella.
“Almanaque”
le pertenece.
“Oiga Usted” lo oigo sólo en su voz y con el
debido respeto.
“Es ideal de mono” y ya, la expresión, ligada a
la señora del moño “per secula, seculorum” (ésta es de D. Juan, el cura.
Era de suponer…)
“Resiliente” (esta es la palabra de moda que se
ha quedado, por “early adopter”, un “early adopter” que también
es dueño de la palabra “early adopter”).
“Eci…” (y eso sí que se las trae, porque
lo que quieren decir es “es decir”, y a pesar de decirlo una docena de veces
por minuto, no dicen “es decir” ni una sola vez. Estas son las peores. Las muletillas.
Como si al andar con muletas te pusieran una zancadilla tras otra para dar un
traspiés tras otro. Muletillas de pacotilla.)
Las frases tienen dueño, pero se prestan: momentáneamente
o de por vida. Hay quien mira mucho a quien prestarlas y hay quien las regala
sin esperar nada a cambio.
Tus antepasados te prestan un "que Dios te
lo pague con un buen novio", y te lo quedas para los restos y, aunque
anacrónico, lo sueltas en una conversación de negocios.
Los refranes son los más recalcitrantes, porque
van al pelo para mil y una situaciones. Y los sueltas por doquier y delatan tu
edad más que tus arrugas. Pero te encanta repetir los refranes antiguos. Altos
y claros (y que no piensen que soy muy antigua, por Dios), pero sí, alto y
claro porque te gusta escuchar esas palabras en tu boca. Porque es traer su
legado.
Tuvieron
otros dueños desconocidos y no sabes, en la herencia, por cuantas generaciones
han pasado esas expresiones milenarias. (Hago un collage de refranes dichos en
diferentes eras, momentos, personas… y queda de lo más coquetón)
También
hay frases creadas, con la complicidad del momento. Que se asientan, se quedan
a vivir sin pedir permiso. Códigos secretos. (Mi morse morfológico y sintáctico,
el de mis amigas cuando decimos “birli que birli, lo que que lo que”).
Y
el dueño de "adjudicatario", que no es otro que el Catedrático de
Derecho Civil de un primero de Derecho fallido...
Se
te pegan las palabras. Sin quererlo. Y hay gente que te dice "como dices
tú, esto aporta" Y tú dices, ¿yo? ¿yo digo eso? (repaso en la cronología de mi
vida para saber cuándo he utilizado esa palabra y no lo encuentro). Así que, si
tú lo dices...
Se
te pegan un tiempo y no te sueltan. Y las repites sin querer: "poner en
valor", porque te parece una frase hecha y manida. Pero se te ha
pegado y la pronuncias. Y se te escapa y un día vas y te encuentras
escribiéndola (traicioneras las palabras, sublevadas. ¡Que no me gusta poner en
valor nada!)
Y
se las enseñas a tus hijos, y te atreves a corregírselas, con lo monas que son
según ellos las pronuncian (el peddddo de san doooooque no tiene daaaavo
porque damon dodiguez se lo ha cotadddddo). Pero qué monería. (Y un día te
dicen "Déjame un poquito, mamá". Con todas sus letras, bien
pronunciado, pero sin monería. Y ya tiene dueño la dichosa frasecita.)
Así
que ese "déjame un poquito" se les ha pegado a ellos y a ti. Porque
las palabras se te adosan al cuerpo y al alma.
También hay quien roba las palabras. Porque decir
“one to one” o “core business” te hace parecer más molón (por
Dios que lo pronuncien correctamente y no como si fuera corazón en italiano. Y
no, no sucede. Lo pronuncian “cuore” y se quedan tan anchos). Y he aquí, que se
descubre al ladrón de palabras. Se le ve el plumero.
Pues eso: ¡Ojito con lo que dices!
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