Empújame
Hay
algo especial en quien lleva a otro. En quien empuja a otro. En quien conduce a
otro.
Algo
muy ilusionante en la madre que empuja el carrito de su bebé, guiándole en los
primeros pasos de su vida para, después, deslomarse enseñándole
a montar en bicicleta y, a la par, tratando de, con sus consejos, guiarle en
los sinuosos designios de un futuro incierto.
Algo
sobrehumano en quien empuja el carrito de quien no es un niño
sino alguien sin algo. Algo que maravilla y sorprende al egoísta y que da
sentido a un mundo que a veces no lo tiene.
Hay
algo muy único en quien entrena a otro. En ese que fue promesa y que, al no
prosperar, decidió ponerlo todo para que otro pase de nivel promesa a realidad.
Y también algo importante en aquel que fue estrella y dejó de serlo para dar
paso a una promesa que será estrella con su ayuda.
Hay
igualmente algo especial en el mentor que cree en el alumno, queriendo
desesperadamente que el aprendiz supere al maestro porque su confianza es
ciega. Algo mágico en el mecenas que puso su dinero al servicio
de aquel en quien creyó aunque los demás le llamaran loco y sólo los siglos
posteriores le dieran la razón.
Algo
maravilloso en el consejo dado a quien no se atreve por
alguien que a lo mejor no se atrevería pero, con sus palabras, ayuda a que otro
se atreva. Un ánimo que nace sólo de las palabras pero que ayuda a escalar
montañas.
Y
hay algo emocionante en quien ha amado tanto que, cuando anochece la vida,
empuja a su ser querido por el final, hablándole sin respuesta y queriéndole
sobre el recuerdo del amor.
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