Vivo y novelo lo que vivo






¿A dónde van todas las cosas que no escribimos?

Las historias que se narran en mi mente, aquellas en las que mi voz interior habla.

Miles de novelas escritas en metros, trenes, trayectos de autobús, atascos en coche, incluso algún avión y algún barco.

Algún Best Seller creado en consultas de médicos y aún más intrigantes y con trama más elaborada si la sala de espera era la del psicólogo.

Cientos de páginas de diarios llenas de lo que pensaba mientras hablaba contigo y contigo y contigo y contigo. Y no te preocupes porque te prestaba atención. Hago dos cosas a la vez. Vivo... y sueño lo que vivo. Vivo y novelo lo que vivo. Vivo y no veo lo que vivo.

Lo que no escribí lo viví (o no) y se esfumó. No lo vi por no escribirlo. Lo vi pero no fue suficiente. Tenía que haberlo escrito.

Guiones de película en reuniones, con biografías de algunas personas más nítidas que sus propios ojos llenos de mentirijillas.

Historias que empiezan bien y dan para hacer la serie más apasionante de Netflix. Historias que empiezan tristes, más tristes si se crean en la noche oscura y aterradora.

¿Dónde estarán los cuentos que no escribí? ¿Dónde los ensayos que nunca plasmé? ¿Dónde quedan todas esas composiciones que se volatilizan con todas y cada una de sus letras y palabras irreales?

¿A dónde irán los besos que no damos? Pues al mismo sitio van mis inexistentes escritos.

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