Una nueva vida para Tadeo






Una nueva vida para Tadeo


Tadeo quería ser asesino en serie, pero la vida no le va a dejar porque hay un mejor plan para él.

Aquella residencia era su mundo; un mundo con bastante color que él veía gris y en el que, para encajar, se había disfrazado de matón.

El padre que no tenía le dejó una marca de ausencia. La madre a la que apenas veía le dejó otra marca, la de la indiferencia. La casa con la que soñaba le dejó una estela de falta de hospitalidad que manifestaba con palabras malsonantes e improperios y con órdenes a los más débiles.

Miraba a los buenos con envidia que disfrazaba de orgullo del malo, pero -cuando nadie le veía, como les pasa a todos los malos- anhelaba un abrazo y unas palabras de aliento como el que más.

Sembró cierto miedo y mostró a niños maleables una cara fea de la infancia. Esa cara de “es mío, devuélvemelo”, “tú qué vas a saber”, “no me interesa lo que me tengas que decir”, “estoy de vuelta de todo…” Esa es la pena. El mal es nocivo, tóxico, veneno… un cáncer con metástasis.

Tan sólo diez pequeños años que él barnizaba de experiencia y rodaje de mentirijilla. Tan sólo diez años y una vida por delante.

Le dije que era mucho más interesante ser arquitecto para hacerle una casa a su madre, médico para curarle las heridas de la vida, abogado para defenderla a capa y espada… Le dije que estaba en sus manos. Pero él parecía tener claro lo que quería ser de mayor.

Se dio la vuelta indiferente e hizo como que no le interesaban las golosinas que ofrecíamos a todos los niños. Se tapó los oídos y no necesitó usar las manos. Mucha práctica.

Pensé muchas veces en Tadeo. En poder cambiar su sino. En ir allí y enseñarle mates, lengua, respeto, cariño, una palabra amable, una ilusión…

Pero no fui porque estaba entretenida con el plan que tiene mi vida para mí y ese es, de momento, que mi tiempo no sea mío.

Volví. Con mucha curiosidad y ganas de ver un cambio. Esperando que, sin mi intervención, algo le hubiera hecho ver una brizna de luz. Esperando que las plegarias de gente muy buena hubieran contrarrestado el veneno.

“Se fue a Londres. Su madre quería que aprendiera inglés.”

Y allí le imagino feliz: con una casa que huela a hogar; con un profe de película de esos que obran el milagro y descubren en Tadeo un talento escondido; con amigos con los que no tiene que demostrar que es duro, sino que es Tadeo, de 11 años y una vida por delante.

La vida, sin duda, tiene que tener para él planes mejores.

Suerte en la travesía, Tadeo. Tienes nombre de artista o de aventurero.





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