Mi querida Ñ




Mi querida Ñ

Me encantaba, en mis viajes infantiles, que mi madre nos enseñara canciones. Era divertido, entretenido y muy enriquecedor. Por la música, por supuesto, pero más por la forma en que ella lo hacía. Una muñeira, una sevillana, una en euskera, ahora en catalán... sin faltar canciones en francés, italiano o alemán.

El mio Xuan miróme
díxome: galana
¡qué guapina tas!.

Y esa gitana, y esa gitana y esa gitana…
Se conquista bailando por sevillanas.

Haurtxo polita sehaskan dago,
zapi xuritan.

O Tannenbaum
o Tannenbaum
wie treu sind deine Blätter!.

Quin dolç cant,
tot plovent
per terres i els teulats.


Incluso en latín, porque quien a sus antepasados parece, honra merece.

Gaudeamus igitur
iuvenes dum sumus.

Así lo hacía con sus hijos, como también con sus alumnos. Enseñando a toda una generación y parte de otra, la variedad que ofrece el folklore popular; la tolerancia que subyace en el folklore popular. Me encanta el concepto: folklore popular. Del pueblo, de sus raíces…

En mi cole, por ser internado de chicos, pude convivir con nombres y apellidos de todos los colores: Martell, Andoni, Murube, Valdés, Laustalet, Novoa... Gente de allí y de aquí, con acentos de allí y de aquí y riqueza: la de aquí y la de allí: Madrid, Toledo, Sevilla, Cádiz, León, Asturias, Bilbao, Galicia, Barcelona, Almería...

Probablemente de ahí venga la magia de aquellos años.

De aquí y de allí cada uno trajo su pedacito de país y enriqueció un conjunto más bello por ser compartido y global. Aquella amistad perdura 30 años después.

En Navidades, con los primos, se combinaban a la perfección villancicos con diversos acentos. Ellos nos enseñaban “Baixand da la Font dal Gat” o “Ha nascut un minyonet ros i blanquet, ros i blanquet”…y  nosotros, entre risas compartidas, lo intentabámos con nuestro "mejor" acento… Y rematábamos con sevillanas, chotis o lo que hiciera falta.

De adulta, por libre, he disfrutado con ganas de la  gastronomía, paisajes y cultura que ofrece este país. Con su riqueza individual y su sinergia colectiva. Su paella, su gazpacho, el fuet, el marisco, su cocido rico o su maravillosa caldereta menorquina. Sus gentes: payés, mayoral, pastor, dueño de un comercio o rico hombre de negocios… Sus lluvias, sus soles, sus nieblas y sus fríos o calores, porque de todo hay en ese mapa que vemos cada día al finalizar el telediario.

Recuerdo mis primeros viajes al extranjero, queriendo descubrir todo porque el techo lo era todo. Queriendo disfrutar, conocer y escudriñar personas y lugares en busca de respuestas. Comerme la vida pero..., siempre, sin excepción, España en mi pensamiento. Y, al volver, aterrizando el avión, sentirte en casa, orgullosa de ese país construido con esmero durante años y respetando su diversidad.

Me encanta viajar y me encanta volver.

Y me encantan los maños, los moños, el diseño, el empeño, el estaño, la ñoñería, la morriña, y los caps d'any. Me encanta la ñ porque es nuestra. Única, irrepetible. Muy nuestra, muy de todos. Porque Cataluña o Catalunya la lleva muy dentro... hacia la mitad, se mire por donde se mire, como la llevan los mañicos, las ñoras, los niños o el otoño.

Y si no se llega a entender que en la variedad está el gusto, que la suma de las partes es mucho más que el todo, que las fortalezas están en nuestras diferencias y no en nuestras similitudes, que ninguno de nosotros es tan bueno como todos nosotros juntos… entonces es que no entendemos nada.

Que el violín quiere tocar solo… ¡que toque!, pero con orden. Y que se dé cuenta amargamente de lo que pierde: la mágica música que suena cuando en una orquesta tocan todos a la par. 

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