Niños blanditos
Niños blanditos
Ya
me lo había comentado él y hoy he vuelto a escucharlo en las noticias: Nuestra generación
está criando niños blanditos.
Hace
unos meses leí un libro cuyo título era “Padres blandiblup”.
Así
que definitivamente de unos padres así sólo pueden salir niños blandos.
Es
cierto que a la llamada de “¡¡¡¡¡¡Mamáaaaaa!!!!!” y de “¡¡¡¡¡¡¡Papáaaaaa!!!!! hemos
dejado de hacer cualquier cosa que estuviéramos haciendo, y con cualquier cosa
me refiero a cualquier cosa incluidas las de intimidades escatológicas, para
atenderles como alma que lleva el diablo.
Sí.
Ese es nuestro delito. Eso hemos sido esta generación y nuestra pena por ello, dicen, es tener como resultado unos niños blanditos.
Dicen
que les hacemos los deberes, que les damos todo, que no hemos entrenado su
tolerancia a la frustración.
Les
hemos estado mirando con lupa desde que han nacido: su piel, su vista, su pelo,
su percentil…
Por cierto, hasta que uno es padre no sabe qué es ni el percentil ni el
apiretal, palabras con las que hacer un simpático trabalenguas, y de la noche a
la mañana se convierten en tu biblia.
Hemos
mirado con lupa su comportamiento: da un beso al llegar, comparte con los
amigos, no pegues, sé obediente con los profesores, “a guardar, a guardar cada
cosa en su lugar” para recoger…
Y
hemos analizado el resultado no con cualquier lupa, sino con una de aumento. Y
de ahí han venido psicólogos, consultas a expertos, yoga, actividades
deportivas por prescripción facultativa y, si me apuras, sanadoras.
Ese
es nuestro error. Quererles y cuidarles como se cuida a una flor delicada.
En este punto me pregunto si el amor hace crecer personas saludables o niños blandos,
malcriados y desagradecidos.
Desde
luego que son blanditos, porque por las noches les achuchas y son tiernos y
mulliditos. Se te suben en tu regazo mientras ves la tele y, de tan blandos, te
convierten a ti en mejor persona.
Pero...
También
es cierto que los hay a los que les han anestesiado con un año de vida, con
cuatro y con diez. Que han aguantado estoicamente en salas de espera de hospitales
rodeados de niños con cabezas de Cailloú, que corrían peor suerte. Que les han
cosido la boca, la ceja, la barbilla…
y lo que debería
haberse cosido que se ha quedado al devenir de la naturaleza.
Que
han sufrido por pensar de más o pensar diferente y que han tenido que huir de
sí mismos o quedarse sin poder huir de sí mismos.
Y
que se convierten en alguien con aplomo, defendiendo sus posturas,
mostrando su desacuerdo con la vida, con las instrucciones o con ellos mismos.
Duros de pelar.
Encuentro también a quien le han eliminado, uno tras otro y sin apenas descanso, botoncitos de su blanca piel mientras una pequeña lágrima se escapaba sin control. A quien han pinchado y mirado por dentro para "porsi". A quien han hecho mirar el mundo a través de otro prisma, para que sus ojos sean aún más azules o aún más verdes. Según el color del cristal con que se mira.
Y se convierten en eterna sonrisa y valoran lo que se hace por ellos como nunca sus predecesores lo hicieron con los suyos.
No
sé. Me pregunto yo si son tan blanditos o la educación en el amor les dará un
asidero para afrontar la vida con arrojo y esperanza.
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