Tortilla de patata
Tortilla de patata
Abro la nevera. Miro. La cierro.
Voy
a la despensa. Miro. Salgo.
Vuelvo
a la nevera. La vuelvo a abrir. Miro en las tres estanterías superiores y,
haciendo un leve giro de cabeza, la dirijo hacia la puerta. Mantequilla, quesos
de varios tipos (Philadelphia nunca falta, parmesano y García Vaquero "el
queso cowboy"), huevos...
Abro
los cajones de la fruta y la verdura. Aún quedan unas cuantas judías verdes que
empiezan a perder su frescura. Cierro la nevera.
Enciendo
la tele y pongo "Canal cocina". Aparece
un joven que en 20 minutos es capaz de hacerte dos platos y a veces hasta tres.
Me
trago cómo hace los champiñones a los cuatro quesos y el pollo al provolone con
almendras. Y aún le sobran 50 segundos que dedica a decorar el plato con un
poco de cebollino. Deja la cocina bastante sucia.
Apago
la tele.
Entro en la despensa: latas, patatas, algo de bollería industrial insana, cola-cao, macarrones...
Abro
la nevera por tercera vez. Vuelvo
a dirigir mi mirada hacia la puerta de la misma.
Cojo
cuatro huevos. Cierro la nevera. Pienso. Vuelvo a abrir la nevera (van cuatro)
y cojo un quinto huevo. La próxima vez que abra la nevera la llamaré
frigorífico para no repetirme tanto.
Cojo
un plato hondo. Pienso en quien me regaló mi vajilla, que no es otra que la maestra
tortillera (y cuando digo ésto sé de sobra que puede hacer sonreír
maliciosamente, pero a mí me da igual porque sé a qué me refiero). Les daba yo
a probar la tortilla de mi madre y se les tornaba la sonrisa maliciosa en
deleite culinario…
Cojo
el tenedor. Bato. Tengo unas varillas pero me gusta el tenedor. En ese momento
recuerdo a la dueña de "La Fonda". A menos metros del suelo la veía batir huevos
con experiencia y pensaba por qué razón a mí no se me ligaban de la misma manera.
Me preguntaba cómo podía crear una ola o elipse con el huevo sobre el plato.
Con
metro casi setenta puedo decir que bato bien. He tenido buenas maestras.
Voy
a por patatas a la despensa. Cachelos. “Las patatas no son como las de antes”. Sólo las
cachelos quedan crujientes.
Pelo
una a una cada patata. Cuatro o cinco bastarán.
Y
empiezo, con destreza, a cortar - tronchar - desgarrar trocitos de patata estilo
madre, tía, abuela. Lo he visto hacer cientos de veces.
Ya
está.
A
echar sobre los huevos batidos.
¿Cebolla?
Hoy no, que la tortilla la comerán los niños. ¡Lo que se pierden!, piensa ahora la del
metro setenta, cuando – a su edad – la cebolla le echaba a perder cualquier plato...
¡Hay
que crecer para darse cuenta de tantas cosas!
Un
chorrito de leche. Truco familiar.
Una
buena sartén. Aceite de oliva virgen. Años de aceite de oliva virgen jienense,
de la mejor calidad y a domicilio. Gracias.
Y
ese momento en que se vierte la mezcla y se espera, pacientemente como toda
cocina que se precie, a que dore. Bonita expresión : “esperar a que dore”. Como
un bronceado veraniego. Primero por delante y luego de espaldas. Así que toca
girarse y más bronceador.
Un plato grande y - con salero -... ¡Ale hop!. Años de experiencia después, el huevo ya no se derrama.
Cuajamos
un poco más… Et Voilà!.
La
coloco en una fuente bonita.
Y deseo que esta vez él recoja este desaguisado. Qué mal se me da la post-cocina. Y qué bien a él.
Bon appetit!
Buena narración, me dan ganas de cambiar el menú de la comida.
ResponderEliminarAhhhhhh, yo sigo prefiriendo sin cebolla, ¿será por lo del metro setenta?