Un hombre serio





Un hombre serio

Soy un hombre serio. 

He escuchado que tengo que ser un hombre serio desde que tengo uso de razón, que, por cierto, no sé ni cuándo fue y ni tan siquiera quien me lo dijo.

La vida es seria.

Me la tomé en serio desde que pude balbucear convenientemente. Gateé seriamente, hice los cinco lobitos seriamente y aprendí las vocales con toda la solemnidad que se merecen.

Dejé los dibujos animados atrás tan pronto pude; dejé los juegos infantiles; dejé atrás las canciones de barquitos chiquititos y cocheritos leré. Tenía muchas cosas sensatas que hacer.

En cuanto llegó la adolescencia respiré un poco porque por fin mi voz grave me daba la formalidad que necesitaba. Tuve que pasar por varios gallos inoportunos nada procedentes para mi personalidad, pero mereció la pena.

Cumplí los 18 y entendí que ahí empezaba todo lo bueno. Adiós a las menudencias infantiles.

Estudié dignamente toda una vida. Cuando uno tiene 23 años, 20 años de estudio son toda una vida. 

Me tomé a pecho todos y cada uno de los exámenes que hice, como si en cada uno de ellos se acabara todo. Toda la carne en un gran e imponente asador.

Me dejé bigote para ser más respetable y, como no me pareció suficiente, luego me dejé barba. Ahora que se me está poniendo blanca estoy consiguiendo un toque ceremonioso maduro que me encanta.

Me dijeron que tenía que llevar traje cuando empecé a trabajar y no me recuerdo a mí mismo sin él. La corbata se ha convertido en un accesorio necesario. Da la impresión de que es parte de mi anatomía y la laringe se apoya en ella para emitir sonidos.

Seguí estudiando siempre y leyendo el periódico siempre. Las cosas serias de la vida hay que conocerlas en cuanto pasan. Imposible despistarse. 

Me tomé muy en serio a mi padre y a mi abuelo. Este último, de tan sobrio, apenas me sonrió en los escasos 8 años que le conocí. Me tomé en serio a mis compañeros de patio y de estudios y a todos mis profesores. Y me tomo muy en serio cada día a los funcionarios de todos los organismos oficiales, a los taxistas, a los camioneros y a todos los políticos de la televisión.

Todos y cada uno de los desayunos de mi vida han sido escrupulosamente preparados. Imposible cometer un solo error. Nunca quedarme sin azúcar y, menos, sin café. Imperdonable tomar la tostada templada.

Cada mañana de mi vida he sacado lustre a mis serios y elegantes zapatos. Y, sistemáticamente, sólo he parado de sacarles brillo cuando he visto el reflejo de mi bigote en la puntera.

Los zapatos son, en cierto modo, como la corbata. Se han convertido en parte de mi fisonomía y los llevo todo el día. Me los quito sentado en la cama y me los pongo al despertar. Sólo duermo sin zapatos. Los cordones mantienen mi cuerpo atado a la superficie terrestre.

Un hombre serio se viste por los pies.

Me he tomado en serio las revisiones del coche. En el taller oficial los primeros años; en mi taller de confianza después.

He pagado todos y cada uno de mis impuestos religiosamente. Creo haber sido el primero en entregar el borrador del IRPF cada año en este país.

Escrupulosa y seriamente he revisado cada una de mis serias inversiones para cuadrar un gris documento que me resulte satisfactorio. Me merezco un serio y digno futuro.

Las comisuras de mis labios se han adaptado a mi actitud. No puedo decir que me parezca al abuelo, pero la boca se me ha quedado en un estado de horizontalidad que expresa lo que soy. Tengo que hacer memoria para recordar la última vez que hicieron una curvatura positiva.

Una característica del hombre serio es un rostro sin apenas arrugas. Si no fuera por el color de mi pelo se diría que aparento diez años menos. Diez años más para continuar esta vida ordenada, rutinaria, monótona y absolutamente perfecta.

He sido tan serio que mi actitud intachable me ha acompañado siempre.

Nunca entendí a aquella chica que tras una tarde de cafés y paseos absolutamente planificada y sin incómodos imprevistos, me dijo que era demasiado “tieso” para ella.

Tampoco entendí a aquella secretaria que me llamó maniático por mantener el orden alfabético en los canapés de la fiesta de Navidad.

La gente no se toma en serio las cosas. Pobres informales y desenfadados. Cuánta vida se pierden.

He sido puntual, cumplidor y escrupuloso con todo lo que he realizado y lo he hecho bien. Estoy satisfecho con la vida vivida.

En conclusión:

“Soy un hombre serio, tan serio, tan serio, que puedo decir tres veces sin reírme: pitichurri, pitichurri, pitichurri”.


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