Pasa… y tómate una caña
Pasa… y tómate una caña
“¿Cómo estás? ¿Triste? ¿Contento?
Pasa y tómate una caña”. Veo ese mensaje
lleno de optimismo en una pizarra invitándome a entrar en “La Croquetta”. Así,
con dos tés, como si quisiera burlarse de sus homólogas más tradicionales y esa
“doble te” le diera la licencia de ser de queso de cabrales, de rabo de toro
con vino, de pasas y nueces… ¡Adiós a la aburrida croqueta de jamón o pollo!.
Entre el mensaje y la “croquetta”
me despido de mi lobo negro. Me despido de mi Apolo. El día se ve desde el lobo
blanco. Ahora soy Dionisio.
Una mirada lenta y profunda al
día a día y reparar en sus mil y un matices, apenas percibidos en muchas
ocasiones, y el ánimo sube como por arte “de
birli birloque”.
Veo una camisa otoñal, de cuadros
marrones, en el escaparate de una tienda: reclamo suficiente para hacerme
entrar. Un dependiente, aún imberbe, pone su mejor sonrisa y, sin duda, la
mejor de sus intenciones por hacer su trabajo correctamente. Titubea, se
sonríe, se apura, no sabe cómo seguir, pide ayuda a otras dependientas quienes,
desesperadas, dejan entrever su disconformidad con el nuevo compañero.
Él, ajeno, informa de la
promoción “camisa más pantalón” y se lleva el gato al agua. Ha logrado cerrar
una venta pero ahora intenta cerrar... el boli. "¡Oh, cielos!", piensa. Porque debe pensar de esa forma. "La tapa ha desaparecido misteriosamente". Se vuelve
a sonreír, se extraña, se desespera y se dice cosas a sí mismo delante de su
cliente. Delante de mí. Pero yo soy Dionisio y a mí me hace gracia.
A sus compañeras les saca de
quicio. Piensan que es demasiado poco profesional. Lo que veo desde mi lobo
blanco es naturalidad.
“Coca de cristal”, leo a través
de un escaparate que trasciende el sentido de la vista pues, a través de mi
olfato, intuyo cosas ricas. Me tomo un batido de chocolate con ese dulce desconocido
que ha entrado a formar parte de mi repertorio. Dos dependientas hablan de
cosas duras entre risas. Les acompaña el lobo blanco.
“He pasado una tarde estupenda”.
Me lo digo a mí misma, para hacerme consciente de ello.
Un par de días después el lobo negro acecha. Se me ha
olvidado mirar a los mil y un matices que ofrece la vida. Me he dejado llevar
por la rutina y no vivo el momento.
Voy a colocar unas bolsas y lo que suena al caer es… la tapa
del boli. Suelto la única carcajada del día.
¡Bienvenido lobo blanco!. ¡Bienvenido Dionisio!
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