Cartas de una existencia normal
CARTAS DE UNA EXISTENCIA
NORMAL
Esta noche las
ESTRELLAS que pegué en el techo de mi habitación brillarán menos que de
costumbre cuando apague la luz para irme a la cama.
Esta noche mi
corazón siente un dolor tan hondo que parece no querer abandonarme durante
largo tiempo.
Hoy siento el peso
de la edad, del tiempo, de la existencia… y duele.
Recuerdo paseos
tranquilos y sosegados recorriendo el pueblo en tardes lluviosas, y comprar un
décimo de lotería con la ilusión mantenida durante décadas de que esa Navidad,
sin duda esa sí, el gordo sería para nosotros.
Recuerdo partidas de
cartas y series de televisión interminables en las que cada capítulo parecía
dar paso a otros dos mil, a cual menos interesante.
Recuerdo el frío en
las mejillas y el olor del café de cada tarde.
Te recuerdo y me
siento triste.
Un beso muy fuerte.
Querida Mamá Lele:
Querida Mamá Lele:
Hoy el día me ha sonreído porque yo le sonreí a él al despertar y quiso ser galante conmigo.
Había quedado en
llevar a Blanca y a Tito a una tienda enorme en la que pueden jugar a sus
anchas con miles de juguetes de todos los tipos y tamaños.
Blanca lloró porque
su hermano no le dejaba tocar el órgano arco-iris que había en la entrada.
Quisiera hacerles
comprender el sentido de la palabra compartir, y entonces me planteo si merece
la pena que lo aprendan y luego se sientan decepcionados con una realidad en la
que los mayores no lo hacen.
Son dos niños
encantadores. Me entran unas ganas terribles de ser madre. ¿Me imaginas?
Sigo otro día.
Querida Mamá Lele:
¿Recuerdas la
tristeza que envolvía mi carta del otro día?
He decidido, por
fuerza, ser una persona optimista. Me gusta la gente que sonríe y aporta algo
positivo a aquellos que se encuentran a su paso.
¿Qué te parece?
Tú siempre lo has
sido, así que me apoyarías sin duda.
De vez en cuando
intento recordar carcajadas que han hecho historia y me viene a la mente, entre
otras personas, la tía Susi. Cualquier cosa para ella era motivo de risa; se
reía hasta de su propia sombra.
Un día íbamos
caminando por el sendero que conduce al río y me dijo: “¿Ves mi sombra?. Es muy
lista y no me deja atraparla nunca. ¡Ya verás!,¡Intenta tú atrapar la tuya!”.
Era la primera vez
que alguien me hacía ser consciente como niña de algo tan banal para un adulto.
Corrí detrás de mi sombra durante toda la noche sin comprender el porqué de no
poder alcanzarla.
“Por eso me río de
ella” – apuntaba – “Me río de ella porque es poco definida, oscura, seria. Me
río porque si yo voy a la derecha ella viene conmigo, si giro me sigue, si
salto ella también salta. No puede apartarse. Me río porque ella está sólo por
la noche y yo estoy todo el día…¡y toda la noche!...”
Y me lo contaba a
carcajadas.
Me gustaba mucho
escuchar las historias de la tía Susi. Y su risa.
Cuídate mucho.
Querida Mamá Lele:
He tenido un
problema con el fontanero. Así de mundano.
Nunca he comprendido
ni un ápice de las cosas de la casa.
¿Cómo un señor con
pinta de bueno puede haberme clavado 107 euros por cambiar una tubería que,
según él, es tan antigua como el propio edificio?.
Debería plantearme
seriamente aprender nociones de electricidad, fontanería, bricolaje… si quiero
seguir en este piso.
Una idea mejor. No
pienso pagar ni un duro más por mejorar esta casa que se me cae a trozos. Y en
el fondo le tengo cariño. ¿Me mudo? ¿Qué opinas?.
Me tiran Blanca y
Tito. Son lo único que me haría quedarme aquí.
Hoy tengo el día
indeciso y te lo quería contar.
Descansa; yo lo
haré.
Querida Mamá Lele:
Buenos días.
Te escribo por la mañana
porque salgo de viaje dentro de unas horas.
Quiero conocer a
fondo Granada.
Nunca estuve allí.
Me da la sensación
de ser una de esas ciudades provincianas con gran carga histórica.
Cada ciudad tiene su
propia fachada, como cada persona, y Granada tiene fachada de Alhambra, de
Sacromonte y de río Darro. Tiene fachada de crudo frío en invierno gracias a
una Sierra que, de tan nevada, resfría.
No le encuentro
explicación, pero relaciono Granada con el Oviedo de “La Regenta”, con Vetusta.
Todas las ciudades
pequeñas, todos los pueblos grandes, tienen un argumento tras de sí que podría
ser como el que inventó Clarín.
Es curioso que me
venga La Regenta a la cabeza, Ana Ozores, nombre que no he olvidado.
Miraré los rostros
de las mujeres y las veré de todas las clases y pasados. Encontraré a varias Ana Ozores en mis paseos por Granada, como en mis paseos por la vida.
Y te lo contaré, sin
duda, a la vuelta.
Me deseo buen viaje.
Querida Mamá Lele:
El viaje ha sido
increíblemente nefasto.
A veces pienso que
las fuerzas del mal, los diablillos o el destino juegan con uno para
complicarle la existencia un poquito más, si cabe.
¿Te has planteado
seriamente lo que significa la palabra destino?. ¿Una vida preconfigurada?; ¿una
cadena de acontecimientos relacionados entre sí que conducen inevitablemente a
un desenlace “fatal”?; ¿opciones aparentes que se tornan en acciones delimitadas
nunca por uno mismo?.
Más de una vez me
asustó hablar de ello y me encontré con palabras más o menos reconfortantes.
Una de las personas
que más he querido me dijo: “tu vida te la haces tú”, y una de las personas que
más quiero: “el azar es la lotería; el destino haber nacido en la familia en la
que te tocó nacer”.
Me siento a veces
ajena a mi propia vida. ¿Es esto la madurez?.
Meramente
anecdótico: en Granada perdí la mochila que me regalaste. Obviamente la culpa
fue mía por la confianza excesiva que poseo en el ser humano.
Perdí el tren de ida y tuve que esperar tres horas; como llegué tarde ya no encontré taxi y tuve que caminar hasta el hotel que, encima, era una verdadera pena.
No logré hacer nada de lo programado.
Perdí el tren de ida y tuve que esperar tres horas; como llegué tarde ya no encontré taxi y tuve que caminar hasta el hotel que, encima, era una verdadera pena.
No logré hacer nada de lo programado.
Pero lo realmente
importante es que supe ver la historia detrás de muchos rostros. Encontré
muchas Ana Ozores, vestidas con vaqueros.
¿Dije que el viaje
había sido nefasto?
Mentí.
Duerme bien.
Querida Mamá Lele:
Estoy esperando
frente a una cabina para llamar por teléfono. Debo ser la única persona en todo
el país que no se haya unido a la moda incipiente de los móviles, Pdas y todo ese tipo de nuevos
artilugios. Y ¿sabes por qué? Yo siempre tuve buena memoria para los números de
teléfono porque establecía relaciones entre ellos que me ayudaban a
memorizarlos fácilmente. Pero con los móviles, aunque parezca extraño, esos
tres números iniciales me despistan. Ese fue el primer y tonto motivo.
No me gustan los
buzones de voz, la multiconferencia, la llamada en espera.
De hecho siempre
odié hablar por teléfono y sólo he recibido con alegría llamadas contadas a lo
largo de mi vida. Una de ellas es la de cada domingo que, desde que tengo uso
de razón, he recibido a las once de la mañana los domingos, encontrándome al
otro lado de la línea a una abuela encantadora.
Gracias por ello.
Te recuerdo mi
número de casa: 91 555 85 85.
Llámame siempre que
quieras.
Querida Mamá Lele:
Te voy a transcribir
un pequeño fragmento de una narración sin ningún valor que escribí, no hace
mucho, un día que me sentía gris, gris como los hombres grises de Momo.
Por cierto, he
observado mi tendencia en la ropa hacia el tono gris. Este invierno me compré
un jersey gris, una camisa gris, un abrigo gris y me arreglé un traje gris.
He de empezar a
preocuparme. El pesimismo empieza por el atuendo.
También los zapatos
denotan pesimismo, como denotan todo tipo de atributos.
Eso dicen los
taxistas: “por sus zapatos les conoceréis”.
Mira qué
impresionantemente pesimista es esto:
“La realidad se le
estaba haciendo tangible a pasos agigantados. El mundo alrededor le resultaba acechante
y gris a pesar de aquel optimismo característico de años atrás.
Aquella mañana se
levantó sin ilusión alguna y, tras once largas horas de un sueño sin pausa,
decidió que lo mejor era prestar atención a todas esas tareas rutinarias que le
pesaban tanto como su propia vida.
Visitar el banco era
una buena propuesta. Tenía que revisar todos esos números sin mucho significado
salvo si se establecía algún tipo de relación con cosas tangibles, como un
viaje a las Islas o un par de zapatos.
Así que, tras una
larga espera en la cola para ser atendida por una señorita nada gris, propuso
todos los cambios oportunos en su cuenta bancaria.
Los fondos de
inversión se iban recuperando y las acciones seguían demasiado bajas debido a
la crisis en algún lugar del mundo.
El día no acompañaba
a su ánimo. Se había despertado la mañana con una claridad más propia de los
días primaverales que del pleno invierno, pero el cielo se había tornado
plomizo.
Recurso fácil para
las personas tendentes a la añoranza es rememorar tiempos pasados aparentemente mejores por los trucos de la memoria.
Es curioso cómo la
vida transcurre inevitablemente pero, de igual modo, en un momento determinado
se puede revivir lo lejano. Así, de pronto, y en un instante, retomó como por
arte de magia la ilusión de sentirse feliz gracias a un camino por el que andar
de puntillas, algodón en rama y piruletas de colores: la niñez.
Fragancias
olvidadas, sentimientos de una intensidad absoluta, ilusiones apagadas… y una
vida que no le correspondía”.
No me gustó y lo abandoné. Sigue sin gustarme, pero también te lo mando.
No me gustó y lo abandoné. Sigue sin gustarme, pero también te lo mando.
¿Autobiográfico?
Que tengas dulces
sueños, mi pequeña.
Querida Mamá Lele:
Hemos hecho una compra millonaria, multimillonaria. ¿A qué te suena eso? Seguro que a alguna de las múltiples novelas de las que te has empapado.
Pues no se trata de
una novela. Te hablo de una empresa.
Tú compras fruta,
tabaco o el periódico mientras la gente por ahí compra empresas.
Se trata de una
noticia definitivamente buena, para mi compañía y para mí.
Probablemente ello
suponga el ascenso que esperaba desde el anterior, hace ya diez años. Fuiste la
persona a la que primero se lo conté y eres la primera a la que se lo escribo
en esta ocasión.
Me siento orgullosa
porque sé que, de no haber calculado milimétricamente cada una de las inversiones,
esto no habría sido posible. Claro que yo nunca lo habría logrado sola. Qué
injusto. Los méritos son todos míos pero yo sé que otros los merecen tanto como
yo.
¿Recuerdas el miedo
que sentía de pequeña a entrar sola a pedir en las tiendas? Tú sabías que
aquello no era bueno para mí y lograste que lo superara.
Cuando hablo en
público también me acuerdo de ti. Ni tartamudeo, ni me da por estornudar, ni
hago gestos con la ceja como solía hacer.
Mañana tenemos una
gran celebración. Mil felicitaciones.
Y yo me río… hasta
de mi sombra.
Ciao preciosa.
Querida Mamá
Lele:
Mis cambios de humor se están convirtiendo en una rutina que me asusta.
Esta mañana era
incapaz de levantarme de la cama por culpa de un peso enorme sobre mi cuerpo.
Sentía que algo tiraba de mí.
El pesimismo ha
vuelto y no lo quiero para nada.
Le he escupido,
arañado e insultado y no se va.
Me voy a verte.
Querida Mamá Lele:
He contado las horas sin pausa de charlas interminables. Son casi más de las que tiene cada día.
He revivido cada una
de tus historias, cada uno de tus consejos, cada una de tus sonrisas.
Ha sido un fin de
semana tranquilizador en todos los sentidos: el olor del café recién hecho, los
pasteles de manzana, Zarzuela de fondo, solitarios con trampas…
Nos hemos
atragantado de risa y llorado a lágrima viva con “Los Puentes de Madison” y
“Tomates verdes fritos”, como cada vez.
Al ser humano le
tranquiliza lo conocido, lo bueno conocido. A mí me tranquiliza la presencia de
aquellos que quiero.
No sé si mudarme.
No sé si soy feliz en mi empresa.
Indecisa, pero de
color verde esperanza.
Gracias. Me cuesta transmitírtelo con la intensidad con la que lo siento.
Estas cartas de una existencia normal son las cartas
de cualquier existencia. Son las cartas de quien las escribe y quien las lee.
Son cartas de cómo todo el mundo necesita sentirse querido y comprendido.
De cómo todos necesitamos volver a la niñez para dar
sentido a la vida.
De cómo una abuela lleva en sus canas los
acontecimientos por adelantado y puede siempre tranquilizar un alma en lucha
interior.
Del optimismo y del pesimismo.
De los viajes, de los triunfos.
De lo banal y lo espiritual.
Son cartas que se escriben solas, sin narrador ni
protagonistas.
Y son las cartas a Mamá Lele, que sin duda, fue
ejemplo de mucho bueno.
Año 2006
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