Nos cuentan. Los contamos. Con los dedos de una mano y los de la otra después. Luego los números van por decenas y en la historia por centenas...hasta que llegan los siglos. Nos apremian en la cartera, en el wallet o en la cuenta bancaria, que ya es una app de un banco donde en realidad no hay dinero. Nos estrujan la cabeza con sus inquietantes fórmulas matemáticas, que siempre cuadran mostrando su extrema perfección. Nos evalúan del 1 al 10 con regañina o sonrisa del padre, de la madre, del profe... Nos miden hasta 1,90 y te llaman jirafa y desde 1,50 y te llaman tapón. Los cantan los niños, los veneran los físicos, los idolatran los cuánticos. Nos encuestan, nos pesan, nos remuneran. Los suman los bebés. Los restan los ancianos. Y encima de una tarta, al derecho y al revés, misteriosas coincidencias, las edades de dos personas suman siempre lo mismo. Cada año. La última vez... séis, que es un bien. O, para mí, un requetebién. Que la vida cuente.
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